viernes, 21 de agosto de 2009

El Nacimiento del Cine Porno

Probablemente entre los asistentes a la presentación en sociedad del cinematógrafo de los hermanos Lumière se encontraría alguna mente avispada que pensó que aquel invento, que podía reflejar tan fidedignamente la llegada de un tren a la estación, era susceptible de ser utilizado como objeto para el goce visual del espectador, como lo había sido la fotografía unas décadas antes. Porque, paralelamente al comienzo de la producción de películas como elemento casi de ilusionismo, el cine empezó a mostrar sexo en todo su esplendor. Los cortometrajes que mostraban desnudos femeninos, en el vestidor o en el baño, tuvieron su época de esplendor en Francia durante el tránsito entre los dos siglos y hasta el recrudecimiento de la censura, hacia 1905. El cine erótico pasó, por la coyuntura legal, a distribuirse clandestinamente, lo que provocó, por un lado, la marginación del género, y, en contraposición, el atrevimiento de quienes lo realizaban para incluir escenas de sexo explícito.

Durante estos titubeantes años, se cree que Buenos Aires capitalizó la producción de cortometrajes clandestinos. Esta circunstancia, sobre la que los historiadores albergan muchas dudas, se basa en testimonios como el relato de Louis Sheaffer, en la biografía del escritor Eugene O’Neill, donde cuenta la impresión que produjo al dramaturgo norteamericano su visita a una sala de cine X en los arrabales bonaerenses, y la constancia física de un cortometraje singular: “El Sartorio”, que cuenta los juegos eróticos de un demonio con una ninfa que es sorprendida bañándose en el río con dos compañeras.

A pesar de la posible existencia del mercado argentino, se considera que el cine porno como tal nació en Francia. Con el oscurantismo que supuso la distribución ilegal de películas, el consumidor de estos filmes (principalmente burgués) comenzó a demandar algo más que escenas de sexo. Esta circunstancia propició la aparición de breves tramas argumentales, que justificaran las relaciones sexuales, cuyo principal cometido era el de dotar de cierta verosimilitud a la acción. Si en 1907 encontramos todavía un corto como “Le voyeur” que recurre a la anécdota del mirón que, excitado cuando espía a una dama, decide seducirla, en “Le bonne auberge” (1908) ya se percibe la intención de crear una situación dramática que justifique la escena de sexo: en la Francia de Luis XIII, un mosquetero acude a una posada a saciar su hambre pero acaba degustando los manjares carnales que le ofrecen dos camareras.

Esta incipiente industria de cine porno recibió en Francia el nombre de “cinema polisson” (cine licencioso) y, pese a lo intrincado de su funcionamiento, constituyó un notable negocio. Las películas eran adquiridas por clientes adinerados (entre los que se encontraban el Sha de Persia o el rey Faruk de Egipto) para su proyección en sesiones exclusivas. Del mismo modo, los prostíbulos europeos de más renombre poseían sus propios equipos de proyección y un completo repertorio de películas porno para entretener, más si cabe, a sus clientes.


En los Estados Unidos estos cortometrajes clandestinos recibieron el nombre de “smokers”, pues se exhibían en clubes privados masculinos donde, además del visionado de estos filmes, se fumaba opio. Posteriormente se acuñó el término “stag films” (películas sólo para hombres) para designar a este cine sicalíptico.



Artículo de PACO GISBERT

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