Cada cierto tiempo, el pitido de las máquinas le recordaba que aún seguía viva, dentro de aquél cuerpo, ahora entumecido y postrado desde hace años en aquella cama, sin poder comunicarse con el exterior, mejor dicho, sin poder comunicarse con ella misma.
La mayoría de las pruebas a lo largo del tiempo, habían dado negativas, era irreversible, nada podría evitar que finalmente se fuera acabando su vida.
Su único deseo, antes de que llegara aquél accidente, era poder descansar en paz, morir sin sufrimiento tanto para ella como para su familia.
Sin embargo, su deseo, se estrellaba una y otra vez contra un muro de hormigón, un muro irracional, un muro que sólo permitía el dolor resultado óptimo, aunque de vez en cuando se abrían rayos de luz, luz de esperanza que le permitían poder llevar a cabo su descanso, su muerte digna. (1)
Por el derecho a una muerte digna, sin dolor ni sufrimiento.
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